lunes, 10 de abril de 2023

«Los Nacionales acechan a diario»

 




Hoy Jacinto ha llegado temprano a su consulta de los jueves en Quintanilla del Río ( un pequeño pueblo de la Montaña Palentina), hace un frío de mil demonios y la nieve impide el acceso al consultorio; así que pala en mano el médico se abre paso, sí, el propiamente, aquí no hay operarios del ayuntamiento para estos menesteres y hay que buscarse la vida.


El primer paciente del día no tardará en llegar y Jacinto apuesta con su enfermera quien asomará por esa puerta.
 — Belén, ¿tú quién crees que será el primer paciente?
 — Apuesto por Antonio El Panadero.
 — Pues yo creo que será Dolores La Costurera.
No había pasado ni un minuto de esa conversación cuando Dolores aparece golpeando la puerta de la consulta con su bastón, la nonagenaria se mueve como pez en el agua y su cabeza funciona con la perfección de un reloj suizo, pero tiene malas pulgas y siempre está protestando.

 —Buenos días Dolores.
 — Buenos serán para usted, hace un frío del carajo y y mis huesos crujen como los muelles de mi viejo colchón.
 — Tiene usted que plantearse ir a la residencia de Quintanilla de abajo y que la proporcionen los cuidados que se merece.
 — No joda la marrana doctor, ¿y quién va a cuidar de mi padre? 
 — ¿Pero todavía sigue con esa historia? Leocadio falleció hace casi noventa años en plena Guerra Civil a manos de aquellos malhechores, llamados soldados.
 — Mi padre está vivo, si lo sabré yo que sigo hablando con él y esas partidas al dominó después de la siesta diaria lo corroboran.
 — Para usted la perra gorda, no voy a discutir  siempre lo mismo, su tumba lo delata.
Está usted mejor que un roble, siga así, el mes que viene la vuelvo a ver.
 —Lo que usted diga, vuelvo al monte con mi padre, a mi cabaña, con mis animales, ellos si que me entienden, adiós.

 — Padre, ya estoy de vuelta, que cascarrabias es ese médico, siempre llevando la contraria.
Huele usted muy bien, intuyo que ya se ha afeitado con ese jabón oloroso que me trasporta a tiempos de mi niñez, aquí seguimos después de décadas los dos juntos, pero nadie me cree.
Hoy le voy a cocinar unas lentejas con todos sus sacramentos, para que usted se chupe los dedos.
 — Muchas gracias Dolorinas, eres un sol radiante en mi vida, casi noventa años sin salir de este falso armario en el tabique, estoy entumecido.
 — Y ya sabe usted, que así tiene que seguir siendo, Los Nacionales acechan a diario.

 — Que raro es todo hoy Belén, Dolores ya debería estar por aquí, ¿la habrá ocurrido algo?
Me voy a acercar hasta su casa, algo no va bien, estoy seguro.
 — ¡Voy con usted!
Jacinto y Belén están conmocionados por la imagen, al abrir la puerta, no articulan palabra, están inmóviles.

El óbito de la costurera es obvio y abraza el esqueleto de su padre con entusiasmo.


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