— ¡Tú, sí, tú Camila! ¡Eres lo más bonito del mundo! — ¡Gritó Carlos Mario!
— Muchas gracias amor mío, tú, que me miras con buenos ojos, o quizá sea porque eres el único que me puede ver.— No seas modesta amor mío, es así, me gusta recordar esa alegría que nos unía y nos hacía mejorar. Ahora tengo tiempo de pensar en mis defectos, me cuesta olvidar todos los días que compartíamos y todo era especial, hay cosas que quisiera borrar, tonterías, si volviera atrás en el tiempo las borraría.
Pienso que nunca ocurrió y que sigues aquí a mi lado.
Carlos Mario y Camila se conocen desde niños y crecieron juntos en la década de los ochenta. Nacer en Chiapas, siempre fue su mayor enemigo, un estado sumido en la pobreza, donde la vida no daba ninguna oportunidad a las familias, que sobrevivían a duras penas.
Cabe señalar que dicha década, Chiapas era una Tierra ardiente, con invasiones territoriales, desalojos violentos de los oriundos, asesinatos, encarcelamientos, de individuos que llegaron de otras partes del país.
Nuestros protagonistas vivían en una humilde -frontera con Guatemala- aldea de zona montañosa, rodeados de bosque tropical y lugares arqueológicos mayas y pueblos coloniales españoles; ajenos a la sangría y las injusticias de varios terratenientes que hacían y deshacían a su antojo.
El pastoreo y la agricultura eran su sustento, los niños crecieron sin colegio, pero fueron educados por el señor Anselmo -padre de Carlos Mario-, cabrero de profesión y muy culto, que se dedicaba a escribir y leer novelas de la época en sus ratos libres; a sabiendas que sería el único contacto de los pequeños con las letras.
Todo era armonía y felicidad en la adolescencia de los chavales -que se amaban-, hasta que un maldito día la aldea fue asaltada por sicarios contratados por madereras que se querían hacer con todo el bosque, obviamente, la aldea y sus habitantes molestaban, arrasaron con todo y sesgaron la vida de una inmensa mayoría de sus habitantes.
Nuestros protagonistas se salvaron porque estaban en la montaña con Anselmo, pero observaron a sus familias perecer en el barro. Camila no pudo contener su rabia y corrió ladera abajo, poco tardaron en asestar un machetazo a su frágil cuerpo, que le dio muerte.
Hoy Carlos Mario es un afamado escritor en el país azteca, con residencia en DF, donde a penas está, su máxima es ayudar a los más desfavorecidos, siempre con la frase en la cabeza que le decía su padre... "pase lo que pase, mantén los pies en el suelo y recuerda de dónde vienes".
Solo hay una cosa que mantiene al escritor alegre -nunca pudo superar la muerte de su amada-, cuando las cosas se ponen feas y no sabe que rumbo tomar, aparece Camila para allanar el camino.
— Recuerda, estoy aquí amor mío, nunca me fui, el eco no es tu voz, si no la mía que te guía, siempre seré lo más bonito del mundo.
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