Darío está saturado, su hartazgo es desmesurado, se siente como un león enjaulado, el asfalto, el consumismo y la envidia, le tienen descolocado. La gota que ha colmado el vaso han sido los meses de encierro debido a la maldita Covid-19 (con su novia y su perro en un apartamento de 60 metros cuadrados sin terraza), por suerte, pisaba la calle cuando sacaba a Caifás, su perro fiel.
Hoy es la vuelta al trabajo presencial en su oficina (con lo bien que se estaba teletrabajando, sin tener que aguantar a tanta garrapata inmunda); solo lleva unas horas y ya quiere salir corriendo sin mirar atrás.
-No aguanto más, ¡A tomar por saco!
Darío se encamina hacia el despacho de su jefe y llama a la puerta.
-Toc, toc, toc...
-¡Pase! ¡Dígame Darío!
-¡Ramirez quiero la cuenta, me voy!
-¡Pero que dice!
- ¡Lo que ha oído, no aguanto más esta jungla de asfalto!
-¡Usted verá! ¡Luego no me venga llorando!
-¡Hasta siempre!
¡Suena un portazo!
-Hola Sara, haz las maletas que nos vamos de Madrid.
-¡Pero que me dices! Llevaba meses queriendo escuchar esta frase, no sabía como decirte que yo también deseaba irme.
-No imaginas como me alegra escucharte decir eso cariño, llevo tiempo soñando con esto. ¡Vamos Caifás, arriba!
-¿Pero... ¿Dónde vamos?
-A Jaca, en el Pirineo Aragonés, allí mis padres conservan una casa de mis abuelos, el lugar perfecto.
He pensado montar un negocio de montaña, de venta y alquiler de todo tipo de accesorios para la escalada, el esquí o el senderismo, entre otras actividades.
-¡Me parece maravilloso, eso sí, podías haberme consultado tus ideas!
-¡Quería que fuera sorpresa y veo que lo he conseguido!
-¡Para sorpresa la mía! ¡Vamos a ser papás!
-¡Toma! ¡No puedo ser más feliz!
-¡Nuestro hijo-a será libre!
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