domingo, 1 de febrero de 2015

El Avellano

-Sentado está el abuelo Aurelio, debajo de su avellano, ese que plantó él mismo, con sus manos, la friolera de hace ya  84 años. Es alto y frondoso, con un ramaje espectacular y un tronco de un metro de diámetro.

-Todos los días Quintín, -que es su nieto-, va a visitar a su abuelo, y charlan de sus cosas.

Buenos días abueluco. ¿Qué tal estas hoy?, -bien hijo bien. Ya sabes que para mi, todos los días es lo mismo, le contesta Aurelio a su nieto, mientras apura un celta corto entre sus labios.

-Hoy tu abuela Maruja, ha ido a hacer las compras mensuales al mercado y me he quedado aquí solo con los animales, pero ven hijo ven, siéntate aquí conmigo un rato. Ya sabes que yo lo tengo peor para moverme, -Aurelio es un mutilado de guerra al que le falta su extremidad inferior izquierda-, la tengo dicho a tu abuela que ya tengo que cambiar de silla, esta ya está vieja y me reduce mucho la movilidad. 

 Pero bueno, Quintín cuéntame. ¿Qué tal van tus estudios y tus planes de boda con Jimena?. Bien abuelo, no me puedo quejar, ya estoy acabando mi doctorado. Jimena ya sabes, sin parar.

 Eligiendo restaurante para el banquete y demás menesteres que entrañan la celebración de un enlace matrimonial.

-Estoy muy contento, ya eres un hombre de provecho y espero con gran entusiasmo ser bisabuelo sin mucha tardanza. Ya imagino abuelo que tendrás ganas, con lo que a ti te gustan los guajes, tu tranquilo que en cuanto estemos casados, nos ponemos manos a la obra, je, je, serás el primero en saberlo. Eso espero hijo, eso espero.

-Pero bueno abuelo, dejemos de hablar de mí, cuéntame alguna de esas historias de las tuyas, que tanto te marcaron en la guerra. Muy bien Quintín, te contaré la que me dejó sin la pierna y con el brazo izquierdo inútil de por vida.

-Corría el mes de Diciembre del treinta y siete, cuando en plena Guerra Civil, nos disponíamos a cruzar el río en Teruel, habíamos cercado la ciudad, con un gran número de hombres y equipo, el escuadrón ya no podía mas, estábamos muy cansados y exhaustos, las duras condiciones climatológicas nos impedían pensar con nitidez. 

 Pero  esa misma noche, atacamos, sedientos de venganza, provocada, por el bombardeo que quince días antes había sufrido el Frente Popular, en la batalla de de Tarancón, por los aliados italianos del bando nacional. En la cual, sucumbieron más de sesenta camaradas y hubo multitud de heridos.

-Luchamos hasta la extenuación defendiendo la ciudad turolense, teníamos que evitar a toda costa que fuera intervenida por las tropas franquistas.

Fue una contienda encarnizada, con muchas bajas por ambos ejércitos. En Febrero del treinta y ocho, no pudimos aguantar más, nos vimos desbordados, creando un grave quebranto al Ejército Popular.

-Ya sabes que yo, conducía un tanque Ford ocho cilindros en uve, de los de la época, una maravilla de la ingeniería, al bajarme de él, lanzaron una granada muy cerca de mi posición, su explosión fue la causante de mi estropicio particular.

-Perdimos la batalla, pero no, nuestra dignidad.


-Que guerra mas inútil e infructuosa, nunca entenderé para que sirvió. Solo se que fomentó un gran odio entre las personas de distintos bandos e incluso entre propios hermanos, se llegaron a matar los unos a los otros.

Pero bueno, corramos un tupido velo y tomémonos una cerveza a nuestra salud y la de Jimena, -porque  todo os vaya sobre ruedas y seáis muy felices, ¡Salud!, por el futuro prometedor de mi nieto-, alzando los dos las copas, brindaron abuelo y nieto a la sombra del avellano que tantos ratos de gloria había visto a través de sus ramas.

-Bueno abuelo, yo me retiro por hoy, que tengo muchas cosas que hacer. Muy bien Quintín, hasta mañana, aquí estaré sentado esperándote en mi silla, debajo de mi avellano. 

Con un pitillo entre mis labios y una vara en la mano.

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