domingo, 18 de junio de 2023

«Hay mil razones para ser feliz»

 


Nico está convencido que hay mil razones para ser feliz; sin embargo varios de sus amigos irradian negatividad.

Siempre protestando porque sus padres no les dan todo lo que piden, el último modelo en deportivas, un viaje a Eurodisney, el patinete más veloz, la mejor videoconsola, el iPhone actualizado, todo esto, con una media de catorce años.

Nuestro adolescente nada a contracorriente, siempre está inventando lo que quiere, soñando con elegir su destino, nunca se rinde, quiere dejar de pensar lo siento, ser un cobarde a ojos de esta sociedad que le rodea, un ambiente de consumo, apariencia y sin sentido.
Nico está interno en un colegio clerical en Pamplona, porque su pueblo natal en Navarra  —de solo quinientos habitantes —, carece de centro educativo.

Sus padres trabajan de sol a sol la tierra y cuidan del rebaño de más de cien ovejas; mientras Gregorio va trazando los surcos con su tractor diariamente, Claudia elabora uno de los mejores quesos de la zona en su quesería, ayudada por su hija Lorena veinteañera.

Mientras se matan ahí fuera por la mejor pistola del "Fortnite", nuestro protagonista devora libros y cultiva su mente con citas de Alberti o se pierde en el mundo aventurero de Alberto Vázquez Figueroa, desgraciadamente en la actualidad, algo inaudito en un chaval de catorce primaveras.
Soñador incansable, su cabeza siempre está viajando a través del papel, pensando que algún día visitará todos los lugares que salen en sus amigos los libros. En su interior circula un gran impulso aventurero, que retuerce sus arterias, anhelando vivir cosas diferentes a las trazadas por esta sociedad manipulada.
Tiene claro que todo lo bueno que le tiene que ocurrir en un futuro inmediato, está en su pueblo, con su familia y sus ovejas.
Las clases llegan a su fin y las ansiadas vacaciones de verano ya están aquí; el chaval hace su maleta y sube al autobús que en dos horas le devolverá a sus raíces, al olor a leche de oveja, a tierra mojada o a la frescura del caudaloso río que atraviesa su pueblo.
Mientras sus compañeros de pupitre, piensan en esos días interminables, con el culo pegado a una silla, con la vista constante en una pantalla que atrofia sus sentidos, si hay suerte alguna tarde irán a la piscina, pero sin desconectar de su teléfono móvil — no vaya a ser que se pierdan el último WhatsApp o la última actualización de juegos varios —, sin duda, son esclavos de la tecnología.

 —¿Qué tal tu primera noche en casa cariño? Espero que hayas descansado bien.
 —Genial madre, me siento estupendo, tenía muchas ganas de volver y disfrutar de mil y una aventuras.
—¡Tú siempre tan soñador hijo mío, no cambies nunca! —Le aseguro que no, recorreré el mundo con mi mochila y mi guía de viaje.
¡Por cierto madre, está usted muy guapa!  —¡Qué zalamero eres granuja!
 —Desayuna  fuerte que tienes que ir a echar una mano a tu padre en la tierra.
—No se preocupe, contaba con ello, esta tarde si lo desea, le ayudo con los quesos.
—Buenos días padre. —¡Hola Nico, qué ganas de verano, para tenerte a mi lado, echaba de menos tu conversación, tu espíritu aventurero, tu derroche de energía, tu irradiante sonrisa, siempre feliz con lo más insignificante, eres mi viva imagen.
 —No siga usted padre, me va a  hacer llorar, le echaba tanto de menos... no cambiaría ni un minuto por lo que somos, por estar a su lado labrando la tierra a lomos de su tractor.

El verano avanza y Nico sigue encontrando en su pueblo mil razones para ser feliz, las conversaciones con su padre, los desayunos con su madre y hermana o esas pipas en el banco de la iglesia con su amiga Carolina —otra soñadora como él —, su amiga del alma y futura compañera de viaje.

Hoy amanece caluroso, nuestro protagonista muy madrugador ya está desayunando y conversando con su hermana, sin saber que algo insólito le aguarda.
De entrada hoy ya es diferente, no irá a echar unas horas con su padre, ya que sus progenitores se han ido a Pamplona a una cita médica, hace semanas que Gregorio no se encuentra bien y va a pasar un chequeo exhaustivo.

Un cambio repentino de situación sorprende a nuestro aventurero, ese verano a la vista, esa mirada, esa calma después de la tormenta, el cuerpo a tierra después de una jornada intensa, cuando creía que Carolina ya no iba a declararse, sucede lo más incoherente, una de esas mil razones para ser feliz.
 —Se que somos unos niños todavía, unos adolescentes que empiezan a vivir, pero creo que no somos conscientes de lo que tenemos y ya que tú no te atreves a dar el paso, le daré yo.
¡Te quiero con toda mi alma y te querré siempre Nico, lo tengo clarísimo!
 —Yo también a ti Carolina, no podría vivir sin ti.
Sin apenas percatarse, los adolescentes amigos de la infancia, se han enamorado, comenzando a vivir su peripecia particular de la vida, siempre juntos hasta el final, como cuando eran niños de cuatro años y jugaban a ser gigantes.

Pero no todo son buenas noticias para el adolescente, su padre está muy enfermo, tanto que el médico le ha dicho que le queda un mes máximo.

No hay manera humana de escapar a esta tristeza, por primera vez Nico no es feliz, pero a sus catorce años racionaliza la situación y se despide de su padre a su manera, siendo feliz y haciendo feliz a su progenitor.
El verano se acaba y con él, el último aliento de Gregorio; las campanas de la iglesia tocan a difunto.
La vida sigue y con ella, las mil y una aventuras de Nico.

Han pasado treinta años y después de cientos de viajes y aventuras varias, Nico, Carolina y sus dos hijos son felices en su pueblo natal, con su tierra, sus ovejas y sus quesos.
Ambos siguen pensando que hay mil razones para ser feliz

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