Me llamo Lucas, soy de Santander y soy autista, os voy a contar como el fútbol cambió mi vida y la de mis compañeros.
Empecé de guaje en esto del balompié, mi padre, profesional y jugador en
el Racing de Santander me lo inculcó, además me venía bien como terapia
para mi afección neurológica; ya adulto, sigo jugando todos los domingos
en la playa con muchos de mis amigos, unos con autismo y otros que no lo
padecen. Por supuesto no me pierdo ni un partido en el Sardinero.
Pero
vayamos por partes, hablemos de cuando empecé, sin duda, el fútbol cambió mi
vida y la de mis compañeros.
Mi
comportamiento mejoró, aprendí a interactuar y poder comunicarme con los demás
como era mi deseo. Es importante empezar a trabajar duro desde pequeño, para
que el autismo no te aparte de la sociedad y quedes marginado, cuando antes
comiences, mayores son los efectos positivos.
Entrenábamos
tres días a la semana y los fines de semana había partido. Tengo grandes
recuerdos, mi niñez y adolescencia van cogidos de la mano del fútbol, crecí muy
feliz, mi mayor satisfacción era ver a mis padres disfrutar viéndome jugar, sus
ojos vidriosos les delataban.
El autismo
nunca fue una barrera para nosotros, al contrario, nos unió más a mis
compañeros y a mí, gracias a este noble deporte aprendimos a vivir. El fútbol
ha sido y es nuestra vida.
Actualmente
tengo una familia preciosa, mi hijo con seis años también juega al fútbol. Soy
entrenador en un equipo de fútbol de niños autistas y les transmito los mismos
valores que me enseñaron a mí.
Que la vida
no te ponga freno siempre hay algo o alguien que te ayudará a superar tu
problema y convivir con él.
¡Viva el fútbol!
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