Jugó a dibujar figuras de humo atravesando el umbral del infierno, sin saber que había vendido su alma al diablo.
Jon había sido un cabrón y nadie le despidió en su funeral, salvo tres beatas que acudían a todos los sepelios.
No había asimilado que su alma pertenecía al fuego eterno más endemoniado y vagaba por las estancias de su hotel creyendo seguir vivo, intentar coger un lápiz en recepción le hizo ver la realidad, no podía; era el fantasma de la recepción en la que había trabajado.
Su impotencia le hizo cruzar el umbral definitivamente y desaparecer, bajando a los infiernos para no regresar.


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