Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado y seguía igual de joven y malvado.
Reencarnado en un marinero de la época sigue surcando los mares a su antojo.
Siempre fue un pirata rebelde y sin causa, solo le interesaban los tesoros y hacer el mal allá por donde iba, era y es como el caballo de Atila, donde pisa no crece la hierba.
Su gran desazón era una fuerte cojera que limitaba sus acciones.
Un ladrón desmesurado como los buitres carroñeros de la actualidad.
Su barco es su destino y nada escapa a la realidad del pirata fantasmal.
Dos mil años después sobrevive.
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