—Deja ya de jugar con la comida Miguelín, apresúrate con esas lentejas que no llegas al colegio.
—No quiero comerlas, las tuyas están insípidas, solo como las de la abuela.
—Tú verás, si no las comes ahora, las tendrás para cenar. —¿Y el postre?
—Castigado sin helado. Algún día te acordarás de estos momentos.
Nunca volvió, aquel maldito borracho se saltó un semáforo en rojo y sesgó su vida cuando a penas había comenzado.
—Las lentejas siguen ahí, si quieres las comes y si no las dejas.
La semilla de lenteja desapareció perpetuamente.
—Siempre te recordaré risueño, insistiendo que no quieres más lentejas.
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